lunes, 13 de julio de 2009

Tiempo de Córdoba / Tiempo Cultura domingo 2 de Septiembre de 1979
Manuel Reyna Su pintura y la imagen del valle, del silencio y del mito
Sra Marta Uriarte periodista del diario Córdoba

Contemplar la pintura de Manuel Reyna es como trazar una línea que nos lleva de retorno a nuestro ser, al reencuentro con las raíces a que pertenecemos y a las cuales estaremos por siempre unidos. Ser nacional por mostrarse tal cuál, al cabo de tantos extrañamientos. El ha sido absorbido por la vigorosa realidad de nuestros solares serranos, inclinado sobre el corazón de la tierra ha detectado los secretos rumbos de la sangre. El fluir histórico que ha venido aportando valores intelectuales y espirituales le otorga a este artista una pecularidad que lo distingue confiriéndole una misión propia e irrenunciable, en la maravillosa diversidad argentina y latinoamericana.
Nacido en el Carrizal, un paraje de Punilla, cuyo paisaje llena las pupilas de su infancia. Las montañas, el horizonte, donde quiera que alcance la vista y el silencio, señor de todos los valles, atraen la sensibilidad de este artista al igual que las leyendas y tradiciones populares. Reyna los ha plasmado en sus obras. E s la actitud de verdadero creador: responder siempre con la vida.
Con la pureza que trasunta su rostro delgado y moreno, con su voz pausada, nos relata Reyna cómo se encontró con el mundo de la pintura.
Se trasladó con su familia a Capilla del Monte, siendo chico, trabajó la tierra, cultivando viñedos aunque también iba a la escuela junto con su hermano. Allí escuchó nombrar a Fidel Pelliza, el artista del pueblo, que estaba envuelto en una extraña historia. Decían que hacía dibujos para la policía, que, tramposo en el juego, realizaba marcas invisibles en los naipes y que su hermana había muerto dentro de su traje de baile encendido.
-“Estos relatos nos sugestionaban a mi hermano y a mí y aunque no conocíamos a Pelliza nos lo hacían aparecer como un héroe fantasma y es este el modo por el que yo me acerco al mundo de la plástica, a través del magnetismo que se desprendía de estos rumores”.
Alrededor del año 1949 al 50 –sigue contando Reyna- que comenzó a pintar, pues además del influjo de Pelliza llegaban por aquellos tiempos a su pueblo, muchos artistas porteños, rosarinos y de otros puntos del país. El comercio de Capilla del Monte organizaba concursos de pintura para aficionados y los plásticos visitantes hacían de jurado. Le dieron una vez el primer premio y eso lo entusiasmó para seguir pintando.
La pintura tiene sus secretos y siempre hay maestros generosos que los revelan al principiante. Es así que artistas como don Demetrio Antoniadi y Roca y Marsall, un porteño, le enseñan a Reyna a valorizar el color.
Pero hay un episodio más decisivo que va a marcar un hito en su carrera artística. Devastada Europa por la Segunda Guerra, entre los cientos de imigrantes que desembarcan en América dejando atrás el holocausto llega un polaco, ex profesor de Filosofía del Arte en la Universidad de Varsovia y pintor. Buscará la paz en nuestra sierras, abre su taller en Capilla del Monte, al que asistirán todos los jóvenes aficionados a la pintura de la zona.
-“El profesor Ochosky nos enseñó que era el subrealismo, el cubismo, el futurismo, el arte abstracto y todo sobre los movimientos de la plástica del siglo XX; sus conocimientos eran vastos, tanto en historia del arte como en sus técnicas. También recuerdo –prosigue- que nos hablaba de su amistad con los grandes de la pintura europea y nos llegó a mostrar cuadros auténticos que Matisse y Derain le habián dedicado”.
Reyna invitado por el profesor Víctor Manuel Infante, llega a Córdoba donde se vincula con el ambiente artístico, pero lo urbano como tema no lo apasiona, sí en cambio, los paisajes que antes lo rodeaban. . .
… El ama la montaña, el caserío perdido en el monte de espinillos, el silbido del viento en el palmeral, las capillitas coloniales; por eso se va a Ischilin, a San Marcos Sierras, a Ongamira, a Santa Catalina, donde la magia de la naturaleza, la sustancia misma de la tierra madre se le compenetra y el artista es “libertad “ total. Empieza a expresarse en bocetos, manchas o dibujos; es el modo de sentir el paisaje. Surgen de su paleta las formas y los colores en los que va comprometida la esencia misma de este hombre criollo y místico. . .
. . . Podemos afirmar que la pintura de Manuel Reyna es un símbolo poético que toca un universo silencioso y místico. Sus colores: pardos, ocres, violetas, grises y negros; el trazado de la línea del horizonte que separa y une lo real y lo fantástico y la figura humana, cuya intrascendencia nos hace pensar en la marginación, lo identifican con lo telúrico así como su afición por las leyendas nativas.

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